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Margarita Álvarez

Margarita Álvarez

Regalaría la forma de hablarme. Me digo cosas que no se las permitiría a nadie más.
Todos deberíamos ser más cariñosos con nosotros mismos.


Cualquier presentación incluiría lo que opina Forbes sobre ella. 

Pero yo sé que cuando lo digo, mira hacia abajo. 
Porque sigue pensando que fue un error que apareciera en la lista de las mujeres más influyentes de nuestro país. Aunque el resto pensemos que fue el gran acierto.
También sé que se emociona con facilidad.
Aunque su infinita sonrisa parezca infranqueable. 
Generosa, cercana, humilde...
Con un sí en el bolsillo del que echa mano cada vez que le preguntas algo.
Así.
Sin dejarte terminar.

Sí voy.
Sí puedo.
Sí quiero.

Buscadora de tu felicidad a todos los niveles.
Hasta el punto de olvidarse de la suya.
Aunque vuelva a ella porque es de las pocas personas que sabe exactamente dónde está. 

No la pierdas de vista.
Porque te cogerá de la mano y te llevará a ese lugar de tu mente donde todo es más fácil por ser tan de verdad.
Un viaje donde no vas con billete de vuelta porque es justo el lugar donde mejor estás.

 Reconoce que lo que más le gusta de su día es todo lo que le hace sonreír.

"Las cosas más tontas. Que mis hijos me imiten y nos riamos como si no hubiera un mañana, que vayamos cantando a grito pelado la canción de turno en la radio, que por una vez estén todos los semáforos en verde…Y meterme en la cama por la noche y pensar que no ha pasado nada importante, y que eso justo ha sido un día chulo. Eso es lo que hará que dentro de unos años mire hacia atrás y siga pensando, qué afortunada soy".

Lo que peor lleva un día cualquiera es olvidarse de las llaves y tener que saltar la valla mientras los vecinos le miran  pensando “otra vez le ha pasado”. Encontrarse con alguien justo el día que vas con ese pantalón manchado de pintura porque, total, solo iba a hacer un recadito, pero sobre todo, “meterme en la cama y recordar que se me ha olvidado responder una llamada o un mensaje. Nunca sabes lo importante que era para esa persona que estuvieras disponible".

Al preguntarle sobre esas pequeñas cosas que ha aprendido a dar importancia se le llena la cabeza de ellas y sin parar de sonreír nos lo cuenta:

"¡Miles de cosas! cuántas veces no valoramos el simple hecho de levantarnos y desayunar nuestro pan favorito, nuestro zumo recién hecho, esa ducha de agua caliente o templada según nos apetezca más. No valoramos ese gel de mango que huele tan bien o esos buenos días de quien está a nuestro lado. Esa sonrisa o esa conversación camino al cole o al trabajo. Cruzarte con esa persona que siempre te dice lo guapa que vas. Terminar ese trabajo que tenías pendiente desde hace cuatro días y que te ha llevado menos de lo que pensabas. Y sobre todo, que todavía reciba la llamada de mi madre". 

Margarita es contundente: "No podría vivir sin familia, amigos, trabajo y las sonrisas". 

Y aunque sigue pensando que las cuida mucho menos de lo que debería, habría que preguntárselo a ellos (añado yo).

 Si algo tiene claro, es lo que regalaría:

 "La forma de hablarme. Me digo cosas que no le permitiría a nadie más. En lugar de mimarme y cuidarme…"

Eso sí, no se lo daría a nadie porque reconoce que deberíamos ser los más cariñosos con nosotros mismos porque nos lo merecemos.

¿Sonríes cada día? Le pregunto.
¿Con esta boca buzón? ¡Sería un desperdicio no hacerlo!

¿Eres consciente cuando lo haces? 
Solo soy consciente cuando veo que no tengo ni una sola foto mía en la que no salga con la boca abierta y enseñando hasta la campanilla :)

¿Cuándo fue la última vez que diste las gracias? 
Hace tres minutos, a ti, por haberme hecho parte de Kotidiano.

¿Sonrió?
Creo que no te recuerdo sin sonreír J

Descríbeme un día perfecto para ti.
Con mis niños. Sin más. Y si ya alguien me dice que por algún motivo le he ayudado en algo, entonces ese día alcanza el nivel estratosférico de la perfección

¿Harás que vuelva a suceder?
¡Cada día!

Y para terminar, cuéntanos algo muy muy normal. Muy muy pequeño, que cuando sucede, te hace feliz.
Meter la cuchara en la nocilla de chocolate blanco. Y la eterna discusión con mi hijo pequeño sobre si yo le quiero a él más o es él quien me quiere más a mí. Su argumento es que él ya me quería cuando era una célula y yo no sabía aún que estaba embarazada. Con ese argumento, pierdo siempre.
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